El sábado 18 disfrutamos de nuestra primera excursión familiar del grupo de montaña. Lo de menos era esta vez el itinerario sino de disfrutar unas horas en buena compañía. El paseíto sigue vivo y creciendo, después de casi ya 10 años de salidas a la montaña. Esta vez nos congregamos la respetable cifra de 24 personas para andar y comer, hubieran sido más, me consta, si distintas obligaciones –o lesiones- no se lo hubieran impedido. Tuvimos nuevas incorporaciones, como Carolina y su marido Roberto, contamos también con representantes de la cosecha más reciente: Lorena y Paco. Nuestra sucursal de Pinto estuvo bien representada: Emilio y Andrés (podemos contar a Jesús aunque laboralmente tenga que vivir ahora lejos), nos alegró que se sumaran Ana y Fernando, este año un tanto desconectados por otras cuestiones, fue un privilegio contar esta vez con Pepe (uno de los “padres fundadores” del grupo), no podemos olvidar a Javier que esta vez vino acompañado de Sagrario, y por supuesto no faltaron los “compañeros de la primera hora”: Encarna, Pedro Luis, Yolanda, los Joseluises, Dani, Cruz y este cronista. También estuvieron en la comida Teresa, Mercedes y las nuevas generaciones del paseíto: Andrés y Martín.
Comenzamos envueltos en un desapacible vientecillo en el Puerto del León, que con el paso de las horas se fue amainando dando paso a un fantástico día. Después de los preparativos y sin parar a tomar café emprendimos la breve subida al alto del León, foto de grupo junto al vértice que señala el accidente geográfico y ocasión de mirar ya el incansable tráfico entre las dos vertientes de la sierra bajo la atenta mirada del viejo león semiyacente en su monolito. Casi pegado al alto están los vestigios de la primera de las viejas casamatas abundantes en esta zona fronteriza entre las dos Castillas.
Sin problemas avanzamos por la cuerda por fácil camino, hicimos otra foto junto a un búnker y emprendimos la bajada hacia un collado, el viejo Puerto de Tablada, que por la vertiente segoviana enlaza directamente con el Valle de Río Moros. En las faldas del cerro contiguo está el apilamiento de rocas de la Peña del Arcipreste, nos costó, como siempre algún rato encontrarlo. Nos encaramamos a su base donde vimos las dos inscripciones grabadas en la piedra, y descubrimos la arqueta con el ejemplar del libro del Buen amor depositado allí.
Comenzamos a bajar por un estrecho sendero para seguir sin camino definido en medio de la pinada. Alcanzamos la pista forestal, ancha, que viene de Tablada, que abandonamos al poco rato por un cuidado sendero, del que desconocía su existencia. Perdimos metros envueltos en la fresca sombra de los pinos, más abajo salimos a un terreno despejado, y sin abandonar el camino cruzamos la vía de tren por un puente. Fantástico aspecto de las Peñotas que se alzaban imponentes delante nuestra.
El camino más ancho se convierte en una pista de tierra en un terreno de dehesas jalonado de varias fincas de ganadería brava, lejos por fortuna de nuestro cómodo transitar. Al llegar junto a las inmediaciones del cementerio de los Molinos nos dividimos en dos grupos, una mayoría que entramos en los Molinos para cruzando el río Guadarrama ir a salir a una pista de tierra que alcanza la urbanización de Valle fresnos y Guadarrama, y otra minoría que siguió a Dani por un incómodo caminillo que tenía dibujado en su GPS, empeñado en confiar en la electrónica.
Después de los distintos trabajos de la mañana, nos sentamos en el restaurante bajo una fresca sombra de unos árboles y dimos buena cuenta de la comida en animada conversación. Algunos después seguimos un rato más en la Jarosa, daba pena dar por concluido ese hermoso día que debe tener sucesivas ediciones.
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