Siempre se regresa uno renovado cuando te enfrentas a un paisaje como el de Gredos. Exuberancia del granito y los peñascos imposibles que estremecen y sobrecogen, y que también hacen sudar lo suyo. Para esta larga marcha nos levantamos bien temprano, a las 6 en el pequeño hotel de Navacepeda de Tormes. Desayuno frio de madalenas y brik de zumo, y antes de despuntar el alba nos acercamos a Navalperal a dejar mi coche. Con el de Jose nos trasladamos los cinco hasta la Plataforma, que mostraba un aspecto solitario a esas horas de la mañana. Un compacto mar de nubes cubría los valles bajos, pero allí arriba despuntaba un magnífico día.
Las sombras retrocedían y se abría paso la cálida luz de la mañana recién estrenada. Ya algunos montañeros, al igual que nosotros subían silenciosos por la cómoda trocha acercándose a los arcanos de Gredos.
Una vez pasado el primer escalón de los barrerones, se alcanza la pequeña planicie y más adelante como de un sueño emergen las afiladas cresterías del circo de Gredos. Comienza el espectáculo, desvelado al caminante madrugador aún con sueño en sus ojos y que no deja de asombrarse ante el paisaje.
Poco antes de ganar la laguna, la abandonamos a la derecha para atravesar su desagüe y ya en la otra vertiente aprovechar un pequeño cervunal para reponer fuerzas
No tenemos noticias de Cruz, Dori, Dani, Jesús y Ricardo que han salido más tarde, por lo que emprendemos la trocha que nos conducirá sin pérdida a la portilla. Hay que remontar una primera loma para iniciar un rápido descenso a una amable zona de praderas
Frente a nosotros la impresionante mole del Cabeza Nevada, nuestro viejo camino va ganando altura sabiamente, a través de diversas lazadas que moderan el sufrido esfuerzo. El paisaje se redimensiona, ascendemos por las paredes de Gredos buscando un paso entre las grandes cimas, la lejana portilla que la vereda nos va acercando. Un último esfuerzo para salvar una incómoda pedrera que desciende desde la cumbre
Por fin hollamos la ansiada portilla, estamos en los hombros de gigantes, somos seres pequeños perdidos en la inmensidad, en ese anfiteatro donde reina el caos y el desorden de las rocas desparramadas por doquier y las esbeltas torres puntiagudas que parecen querer huir de esa vorágine y se elevan al cielo limpio y azul.
Cruzando al otro lado observamos el vacío que se abre a nuestros pies, muy abajo descansa el glaciar de las cinco lagunas como enquistado en el fondo de la roca, y la empresa de bajar hasta el parece una tarea casi imposible, sin embargo hay una serie de hitos, sueltos, diseminados, a veces no se sabe con qué pretensión. Señal, no obstante de que por ahí debe ir la bajada aunque cueste creerlo. Hay que dejar atrás la poesía y aplicarse con tiento en el descenso.
Por fin alcanzamos la laguna, una de ellas, la última y más grande. Miramos atrás aún sobrecogidos por el camino de nuestra bajada. El calmo reflejo del agua nos devuelve la paz, no han concluido nuestros trabajos pero el espíritu reclama un poco de tranquilidad. ¿Por qué llevamos nuestra existencia agitada a todas partes?¿Por qué no sabemos detenernos en el instante, en el ahora, que invita a olvidarse del ego?. A veces nuestro pensamiento es un fantasma que nos aprisiona, hay que liberarse de los apegos, desidentificarnos y asombrarse.
El tiempo va pasando, inmerecidamente rápido, aunque quisiera el senderista divagar por ese mundo recién descubierto, debe conducirse a la realidad e iniciar el descenso que aún será largo. Sin embargo ya sabe el camino e irá recorriéndolo aún con los ojos llenos de aquellos escenarios nuevos que se han abierto ante sus ojos.
Las sombras retrocedían y se abría paso la cálida luz de la mañana recién estrenada. Ya algunos montañeros, al igual que nosotros subían silenciosos por la cómoda trocha acercándose a los arcanos de Gredos.
Una vez pasado el primer escalón de los barrerones, se alcanza la pequeña planicie y más adelante como de un sueño emergen las afiladas cresterías del circo de Gredos. Comienza el espectáculo, desvelado al caminante madrugador aún con sueño en sus ojos y que no deja de asombrarse ante el paisaje.
Poco antes de ganar la laguna, la abandonamos a la derecha para atravesar su desagüe y ya en la otra vertiente aprovechar un pequeño cervunal para reponer fuerzas
No tenemos noticias de Cruz, Dori, Dani, Jesús y Ricardo que han salido más tarde, por lo que emprendemos la trocha que nos conducirá sin pérdida a la portilla. Hay que remontar una primera loma para iniciar un rápido descenso a una amable zona de praderas
Frente a nosotros la impresionante mole del Cabeza Nevada, nuestro viejo camino va ganando altura sabiamente, a través de diversas lazadas que moderan el sufrido esfuerzo. El paisaje se redimensiona, ascendemos por las paredes de Gredos buscando un paso entre las grandes cimas, la lejana portilla que la vereda nos va acercando. Un último esfuerzo para salvar una incómoda pedrera que desciende desde la cumbre
Por fin hollamos la ansiada portilla, estamos en los hombros de gigantes, somos seres pequeños perdidos en la inmensidad, en ese anfiteatro donde reina el caos y el desorden de las rocas desparramadas por doquier y las esbeltas torres puntiagudas que parecen querer huir de esa vorágine y se elevan al cielo limpio y azul.
Cruzando al otro lado observamos el vacío que se abre a nuestros pies, muy abajo descansa el glaciar de las cinco lagunas como enquistado en el fondo de la roca, y la empresa de bajar hasta el parece una tarea casi imposible, sin embargo hay una serie de hitos, sueltos, diseminados, a veces no se sabe con qué pretensión. Señal, no obstante de que por ahí debe ir la bajada aunque cueste creerlo. Hay que dejar atrás la poesía y aplicarse con tiento en el descenso.
Por fin alcanzamos la laguna, una de ellas, la última y más grande. Miramos atrás aún sobrecogidos por el camino de nuestra bajada. El calmo reflejo del agua nos devuelve la paz, no han concluido nuestros trabajos pero el espíritu reclama un poco de tranquilidad. ¿Por qué llevamos nuestra existencia agitada a todas partes?¿Por qué no sabemos detenernos en el instante, en el ahora, que invita a olvidarse del ego?. A veces nuestro pensamiento es un fantasma que nos aprisiona, hay que liberarse de los apegos, desidentificarnos y asombrarse.
El tiempo va pasando, inmerecidamente rápido, aunque quisiera el senderista divagar por ese mundo recién descubierto, debe conducirse a la realidad e iniciar el descenso que aún será largo. Sin embargo ya sabe el camino e irá recorriéndolo aún con los ojos llenos de aquellos escenarios nuevos que se han abierto ante sus ojos.
Concluyen las obras del día, el mismo sol que le saludó en la mañana le despide mansamente mientras acaricia y baña su rostro en la suave luz del atardecer, vuelven las sombras, más no a su interior iluminado por una claridad nueva. ¿Qué importan ahora los trabajos que le han llevado el día, los cansancios, los malos momentos, las desavenencias? A las 9 de la noche alcanzamos el coche que dejamos allá, hace muchos horas en la mañana.
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