Ya tengo mi dorsal para la prueba. Este año la afronto con menos “tensión” que el año pasado, tal vez porque ya he estado en la frontera, y se como es el territorio, la sensación de caminar cerca del límite de las propias fuerzas. Y ya se que, aun cuando es una tarea de envergadura. es asequible; si una vez ya he llegado ¿porque no la segunda?.
En uno de mis largos paseos de preparación, meditaba sobre como hemos ido perdiendo el uso del cuerpo. A lo largo de la evolución el cuerpo ha sido el instrumento de supervivencia, nos ha ayudado (a la especie humana) a cazar, pescar, arar los campos, cosechar, recolectar, apacentar el ganado, ir por los caminos a vender los productos, huir de los enemigos, hacer manufacturas… con el proceso de industrialización comenzamos a convertir el cuerpo en una pieza más del proceso de producción, el ser humano comenzó a perder su individualidad para convertirse en un mecanismo (intercambiable) del engranaje industrial. El uso del cuerpo fue disminuyendo.... y por fin, con la era cibernética, casi lo único que importa es la mano derecha para manejar el ratón del ordenador, pues las máquinas casi pueden hacer todo lo demás.
No es de extrañar que impere hoy en dia un culto al cuerpo, No hay más que mirar como está el Canal atestado de corredores por las tardes… no se trata de una moda más, sino casi de una necesidad vital, no sólo para mantenerse en forma y estar más sano, sino porque de alguna manera tenemos necesidad de recuperar la funcionalidad de nuestro cuerpo, usarlo, cansarlo, moldearlo, adelgazarlo de las toxinas que le vamos introduciendo...como dijo el psiquiatra Viktor Frankl el deporte es el nuevo ascetismo. Es una escuela de aprendizaje: nos enseña que la única forma de alcanzar las metas que nos proponemos es a través del esfuerzo y sacrificio personal
Una prueba de 100 kilómetros tiene que ver con ese espíritu de frontera, aprendemos en ella a escuchar a nuestro cuerpo, vemos lo que es capaz de hacer, de resistir… mental y físicamente. Nuestra forma de vida ha hecho que sólo necesitemos (casi) el cerebro para sobrevivir, el cuerpo ha quedado relegado al ocio. Al menos que sea un ocio creativo y productivo, intenso y de emociones fuertes: un ocio que nos lleve a descubrir nuevas fronteras
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